martes, 21 de octubre de 2008

Sueños y Citas






La última noche tuve un sueño, luego vi los demonios y ahora lucho contra ellos.

Y ése es el motivo de escribir esta nueva y autoreferente nota, a ocho meses de la última, en un momento extrañamente parecido a éste: de noche, con soledad, melancolía y una curiosa paz de espíritu tras un desencuentro con Sierva María.

El sueño de la última noche terminaba con una frase que le dedicaba, una afirmación que nació a fuerza de su atrevimiento y mis ansias de renacer antes del medio siglo. Un pronunciamiento que es sumamente válido aún, pero que dudo que baste. Simplemente le decía a la niña endemoniada: "Te quiero".

Es preciso aclarar que los sueños no tienen para mí el aura mística que muchos le otorgan: son sólo una manifestación de nuestras inquietudes concientes e inconcientes que, mezcladas azarosamente y no; significativas y no, entregan datos sueltos de nuestra vida interior. Concluyo en que son una pista, a veces clara de lo que a uno le inquieta y de lo que uno quiere y despierto no se atreve - sólo a veces - a admitir.

Bueno, el sueño aquel fue largo e intrincado y ya en la vigilia me hizo retomar la historia de los demonios sueltos en mi relación con Sierva María, de Satán poniendo trampas, de cada uno dejándose tentar por esos ángeles caídos especialistas en vanidad, concupiscencia, intolerancia, olvido, desesperación, complejos de culpa y pereza. Se parecen a los pecados capitales que cita la autoflagelación cristiana: vanagloria, avaricia, glotonería, lujuria, pereza, envidia, ira (Santo Tomás dix it).

En este panorama ¿qué trascendencia tiene el "te quiero" del sueño?

Sólo admitiré una: que persiste en mí ése sentimiento. Pero también digo que está acompañado por la duda de si basta para una relación.

¿De qué sirve amar a alguien, anhelar a una persona, desearla y ensoñarse con ella si la práctica de ese amor es tan demoníaca como la fábula que la inspiró? Y en esto me corresponde admitir que para mí no es vida la que significa la sumisión de la razón a las demás facultades humanas, pero, y aquí abordo la tentación de la soberbia: "A veces atribuimos al demonio cosas que no entendemos".(Don Cayetano Delaura). Admito entonces que tal vez sean mis demonios los que empeoran la situación.

Entonces, ya en vigilia ¿En qué estamos sino en la turbulencia que cabalga al ritmo del corazón, con las riendas extraviadas y la urgencia por controlar ese afán para vivir bien, para optar razonablemente a una vida buena?. Pero "¿qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción; y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son" (Calderón de la Barca).

No quiero enredarme en estas referencias, pero aquí está mi drama, pues "es el demonio, padre mío, el más terrible de todos" (Delaura).

En fin, así estamos como en aquella novela, pero aplicada implacablemente a la realidad.

Claro que no esperaré que los sueños me solucionen el dilema ("Ser o no ser, ésa es la cuestión. Shakespeare) y seguiré firme en la lucha contra los demonios para ver si la felicidad es posible, ya que creo que" no hay medicina que cure lo que no cura la felicidad.(Abrenuncio).

Y respecto a mi razón, con la que gobierno mi vida, también admito (y esta es una embestida contra otro demonio) que "Hay más cosas entre el cielo y la tierra, Horacio, que las que sospecha tu filosofía".(Shakespeare). Esto quiere decir que tal vez yo esté equivocado, que mis ángeles perversos sean los que más confabulen en esta relación.

Y aquí estoy entonces, tan en mi rol de Don Cayetano Delaura como nunca lo sospeché, autoflagelándome para poder vislumbrar una luz que me permita decidir sobre mi futuro, saber si es con ella (y con qué demonios consigo) y saber si soy digno o no de su amor.


Y dispuesto a dar la vida para que no sea aplicable aquí la sentencia de la soledad, menos para ella: "porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra"( Gabriel García Márquez).

Bueno, aunque sea recargado, terminemos diciendo que "la flecha está en el aire"(Zenón)


Don Cayetano Delaura.

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