jueves, 21 de febrero de 2008

.

UNA CITA CON LA LUNA

Hay tanta soledad en ese oro.
La luna de las noches no es la luna
que vio el primer Adán. Los largos siglos
de la vigilia humana la han colmado
de antiguo llanto. Mírala. Es tu espejo.
( J.L.Borges)
.
.
.
.
El eclipse lunar de este miércoles me sorprendió por su magia oscura y dulce, meláncolica y promisoria. Estar a vísperas de cumplir diez lustros desde que la observé por primera vez, creerme más solo que entonces, sentirme azulmente feliz de saber que aún hay tiempo: todo eso fue una combinación embriagadora y sedante. (“Blue moon, you saw me standing alone”+ The Platters)

.

.


La noche del último eclipse de la década comenzó como tenía: con nubes ralas, luna llena y el ánimo agotado tras otra jornada más de vida terrestre. Y terminó como debía: con Selene plena de su mítica hermosura transformando en oro la triste ruina de mi calle. Afortunadamente también estuvo la voz de Sierva María, ya de madrugada, casi de mañana. (“Mañana, en la luna, contigo estaré”+ S.Adamo)

Pensé mucho, pero en ningún detalle contingente. Más bien fue un cavilar sobre asuntos esenciales como la importancia y belleza de vivir, como en lo dulce que puede ser la leve tristeza, como en lo infinito del espacios y los sueños. ( “otros ojos solitarios estarán mirándome desde Andrómeda, en la noche de ellos”+ E. Cardenal).

Y de esa jornada, tamizada en vino y sopor, he sacado más fuerzas, quizá porque siempre la luna ha sido una fiel compañera de correrías y desvelos, una luz discreta al alumbrar y aconsejarnos qué hacer con nuestra vida terrenal. (“Llanto de luna en la noche sin besos, de mi decepción, Sombras de penas, silencios de olvidos, que tiene mi hoy. Llaga de amor que no puede sanar, si me faltas tú”+ Tito Rodríguez)


¿Cómo este cuerpo astral compuesto principalmente por oxígeno, silicio, aluminio, calcio y hierro provoca algo más que las tradicionales mareas? ¿Cómo ha inspirado tanta poesía y otros desvaríos?. ¿Será porque no está tan lejos, apenas unos 385 mil kilómetros, y no es tan pequeña, un diámetro que es casi un tercio que la tierra? (“Luna quieres ser madre y no encuentras querer que te haga mujer”+Mecano).



Se me ocurre que es por su dulce impertinencia al aparecer cuando la luz dominante del sol se ha ido, irrumpir tenue como una segunda oportunidad para vivir brindando, así, la oportunidad de enmendar lo que en el día se frustró. ( “En el aire conmovido, mueve la luna sus brazos, y enseña, lúbrica y pura, sus senos de duro estaño.”+F. García Lorca).

Con Sierva María - en otra noche iluminada por nuestro satélite natural - especulábamos ¿cómo sería tener dos lunas, una de ellas más grande que Selene? Y lo hacíamos mientras vivíamos otro de los bellos momentos que conseguimos a punta de gritos, llantos, desolación y empecinamiento: un juglar entonaba antiguas baladas de amor ingenuo a la luz de nuestra luna y de otro brillo circular que era como una réplica artificiosa de la natural. (“En el claro de la luna donde quiero ir a jugar duerme la reina fortuna que tendrá que madrugar”+S.Rodriguez).




En este primer medio siglo, en la luna he tenido una compañía constante y hasta voluptuosa, pasando por su presencia con ese carácter de testigo celestial o lámpara caminera. O más bien como una cenicienta maestra primaria que nos muestra las maravillas del mundo, mientras uno deambula de noche por los senderos que se abren al querer ensanchar el universo. (“Yo no le canto a la luna, porque alumbra y nada más, le canto porque ella sabe, de mi largo caminar”+A.Yupanqui).


Pensaba también – recostado solo, muy solo en mi sillón – que miles de personas estaban mirando lo que yo y viendo tantas cosas parecidas y diferentes como ocurre siempre. Unos verían el arco de un dios, un queso, otros una rana, un conejo o un rostro oculto en la penumbra. Yo no sólo la veía a ella, la sombra terrestre del eclipse nos brindó la gentileza de develar a Saturno apenas comenzó, y esa conjunción de luces me unió a miles que miraban desde nuestro planeta, en la noche de nosotros, disipando la soledad. (“Y algunas veces suelo recostar mi cabeza en el hombro de la luna. Y le hablo de esa amante inoportuna, que se llama soledad”+ J.Sabina)


Al final, estoy feliz porque en la noche del eclipse la luna me ha revelado que tendremos nuevas citas como ésta, por otro medio siglo. Me ha dicho que estoy vivo y feliz y sano y llegaré a la centuria. Me ha prometido muchas cosas que cumplirá a su manera para no perderme como compañero, aunque ella sabe – y ella sí que no es celosa – que mi corazón es satélite natural y eterno del de Sierva María.




Como un rayito de luna, entre la selva dormida, así la luz de tus ojos, ha iluminado mi pobre vida. Tu diste luz al sendero, en mi noche sin fortuna, iluminando mi cielo, como un rayito claro de luna.
Bolero de Los Trío


Don Cayetano Delaura.
Desde algún lugar de Sudamérica iluminado por la luna.

No hay comentarios: