viernes, 28 de septiembre de 2007

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MI BALA


"Nadie es una isla completo en si mismo;
cada hombre es un pedazo del continente,
una parte de la tierra; si el mar se lleva una porción de tierra,
toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio,
o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia;
la muerte de cualquier hombre me disminuye,
porque estoy ligado a la humanidad;
y por consiguiente,
nunca preguntes por quién doblan las campanas;
doblan por ti."
John Donne.



¿Dónde estará la bala que lleva mi nombre?

Recuerdo haberme formulado esta pregunta hace muchos años con inspiración diametralmente opuesta a la que ahora – Siglo XXI – me surge con vergüenza: en esos tiempos pensaba en mi identificación puesta en la punta del plomo.
Ahora la veo claramente en el casquillo; me explico:
Cuando surgió la primera interrogante estábamos en Chile bajo una de las dictaduras más engañosas de la historia latinoamericana y, entonces, quienes nos oponíamos con fuerza a ella seguramente teníamos la dedicatoria puesta por los represores. Esperábamos una bala dedicada a nuestro corazón.
Ahora, en el Chile del año 2007 esos monigotes se han ido y somos todos los que tenemos la espada y la pluma del poder. Eso es democracia.
Desde entonces nos ha tocado a nosotros ponerle nombre a las balas: los de otros en la punta y los nuestros en el casquillo.
Digo esto al plantearme la siguiente inquietud:
¿Qué ha pasado que nuestras calles comienzan a parecerse a las pesadillas que hasta hace poco nos contaban de Cali, Caracas, las favelas de Río Janeiro? Me refiero a esa violencia incontenida que estalla en nuestras narices de manera tan visible que no es posible hacernos los lesos como cuando era “camufable” pues la mayoría no la vivíamos tan directamente.
Me refiero al reciente 11 de septiembre en Chile, fecha tan simbólica de lo maligno que calza de manera increíblemente adecuada con este viejo descubrimiento: hay violencia, ¡Fíjese que sí la hay!
Lo que ha pasado es nada más que están madurando los frutos de la injusticia, la negligencia, la complacencia y del horroroso predicamento de que “tener es ser”.
Los cientos de adolescentes armados como “soldados” que irrumpen en cada convocatoria a manifestación popular para probar cuánto aguanta el sistema, cuán peritos son en esta guerrillera forma de delincuencia, cuán arriesgados son al poner el pellejo de otros – y también el propio - en la línea de tiro, no son desquiciados, drogadictos o rehenes de algunos malvados: son nuestros hijos o hermanos.
Con lo anterior quiero decir que nos importan aunque sea muy en el fondo; que están cerca aunque vivan en otra comuna o – si viven en nuestra población – no los miremos como gente (que es otra manera de alejarlos). A pesar de eso nos inquieta su suerte porque – además – de nuestra relación con ellos depende nuestra existencia.
Y lo que ellos hacen también lo cumplen a nombre nuestro, porque su reacción es la del desesperanzado que por televisión ve lo que otros consumen en sus casas y que a él le gustaría conseguir pero no podrá por las formas tradicionales. Entonces el robo, el engaño, el saqueo irracional.
Digo todo esto al percatarme que también podemos aplicarlo a lo que pasa cada noche – y ¡horror! - cada día en cualquier calle de Chile, Perú, Bolivia o Argentina, sólo para limitarme al vecindario.
La bala que en la población La Legua mató el 11 de septiembre al cabo segundo de Carabineros Cristián Vera Contreras tenía varios nombres inscritos en ella: el del mártir, el del ejecutor y el nuestro.
La bala que mató al niño de 11 años, llamado Oscar Alcayaga también tenía varios apelativos marcados: el del infante que la recibió, el del cabo de Carabineros Miguel Angel Canto que la percutó y el nuestro.
Las balas de desesperanza que matan a nuestros muchachos en las poblaciones también llevan sus identidades en la punta y las nuestras en el casquillo. Nosotros las escribimos con la parsimoniosa lenidad y despreocupación del ciudadano que se resigna a dejar las cosas como están, lo hacemos cada vez que permitimos la persistencia de la injusticia social, de la corrupción o de la tristeza.
Cada letra de nuestro nombre se marca al dejar que el 20 por ciento más rico se lleve alrededor del 50% del ingreso del país y el 20 por ciento más pobre sólo el 5 por ciento de lo que Chile produce como riqueza nacional. Cuando ése 20 por ciento más rico recibe 17 veces más ingresos que el otro.
Cada nombre nuestro se pega al casquillo cuando dejamos que el per cápita de 8.900 dólares (4 millones seiscientos mil pesos anuales) que tiene Chile signifique que el 20 por ciento de la población viva con un promedio de 436 mil pesos mensuales y el resto (80%) con sólo $ 130 mil.
También la bala que lleva mi nombre en la vaina se escribe cuando no me escandaliza que sólo un 8 por ciento de los pobres acceda a la educación superior mientras un 72 por ciento de los jóvenes ricos lo logra.
Allí está la explicación de los “jóvenes soldados” de las poblaciones, en donde el narcotráfico sólo es un factor que aprovecha lo que todos los que nos creemos honrados sembramos.
Y para eso no vale la “mano dura”, leyes más estrictas, más comisarías ni reportajes de televisión. Para eso vale algo más simple pero más valioso y trabajoso: lo que cada uno haga por erradicar esa tremenda desigualdad que aumenta la injusticia y la ira y la desesperanza y la tristeza.
“Yo no quiero ser un triste, pero de dónde me río” dijo Quelentaro en una época. La risa, compañero, sólo depende de lo que hagamos para combatir esa brutalidad que es todo un oximoron: Chile de cobre, un rico país pobre.

Y me sigo preguntando: ¿dónde estará la bala que lleva mi nombre?


¿Y - hermano, hermana - la tuya?



Don Cayetano Delaura

En algún lugar del norte de Chile.

2 comentarios:

Don Cayetano Delaura dijo...

¡Salud! Seguimos celebrando, no sólo el blog ni la nueva entrada.
A pesar de todo, a pesar de nuestras balas.

Anónimo dijo...

Y yo borindo por la libertad que gozamos y que nos permite decir estas cosas, por los espacios ganados, por lo pechos valientes que recibieron las balas sin miedo, brindo por la oportunidad que se nos da cada vez que sale de nuevo el sol de ser un poco mejores.

Las balas que llevan mi nombre en la punta están en el hambre, en los niños abandonados, en la intolerancia, en la desigualdad, en las guerras, en la violencia, en la vulgaridad, en la pobreza...

Lo que leí me encantó, me parece que es una buena manera de refleccionar por lo que no hacemos, por lo que omitimos, por lo que callamos, por lo que hacemos como que no existe...cada vez que miramos para el lado y dejamos que las cosas pasen somos un poco protagonistas y culpables de lo que ocurre. Hacer como que el Chile en el que vivimos no es el mismo que en el que pasan estas cosas nos hace protagonistas y culpables de lo que ocurre.

Yo brindo por lo contrario, brindo por esta oportunidad de abrir los ojos y la mente, brindo por esta oportunidad de refleccionar, por el plecer de leer, por el regocijo de escribir.

SALUD!