sábado, 20 de diciembre de 2008

EL AIRE QUE CAMBIA

Esta madrugada mi exorcista favorito me abraza y me besa el hombro, eso lo hace casi siempre –cuando no está espantando alguno de mis demonios- pero hay veces que lo hace de manera diferente, como esta madrugada y como en infinitas ocasiones, hay veces que basta sólo ese gesto mínimo para cambiar el aire que respiramos en nuestro claustro; hay veces que es menos que eso, hay veces que sólo basta un suspiro, una caricia, un abrazo para que yo note cierta pesadez en el aire, para que este cambie de color, para que el aire se vuelva bruma y a mí se me ericen los poros, se me caliente el aliento, se me moje la entrepierna, se me vuelvan los ojos y me entregue para siempre; Don Cayetano, no necesita decirme nada, yo ya lo sé, mi percepción se adelanta a sus caricias y a sus intenciones, sólo basta respirar el aire él transforma, que se vuelve espeso, denso, como bruma de mar, pero color rosado, o fucsia, o anaranjado, como bruma de mar al atardecer…

No sé si el don será de Don Cayetano o mío…no sé si será Don Cayetano quien tiene la facultad de cambiar el ambiente en el que estamos sólo con sus ganas o si el don es mío por poder percibirlo de manera tan fácil…algunas veces es tan fuerte que me despierta, algunas veces es tan sutil que ni él se da cuenta -pero como ya dije, me adelanto a sus intenciones- algunas veces es tan fuerte que parece violento y no me atrevo a decir que no, otras veces no espera a que despierte y cuando me doy cuenta ya estoy siendo atravesada por su puñal de carne…y yo, que por naturaleza soy fácil me dejo querer y, a veces, hasta me hago la dormida por el puro placer de darle ese placer…si está pegadito a mí, el mensaje se vuelve evidente, es imposible no sentirlo, es imposible no comprenderlo, irresistible…carajo! Soy fácil…y soy suya…combinación exquisita y peligrosa. Irresistible…no necesita explicaciones…peligrosa, Don Cayetano tiene ciertas cicatrices en su espalda, marcas de nuestras calentonas tertulias.

Don Cayetano no debe saberlo, pero los ojos se le encienden y se le ponen amarillos –como a los endemoniados- se le tensan los brazos, respira como un toro –suspirando, pero botando el aire por la nariz- no lo debe saber, pero él hace que todo cambie, de repente, de la nada transforma nuestra cama en un lecho de brazas, y aunque yo no soy un ser casto, en esos momentos me multiplica, me transforma en un ser ondulante y voluptuoso: sólo boca, humedad, (fluidos más bien), espacios sinuosos que se reduplican…como una anémona en celo, como una tetona de revista; me crece el cabello; soy bella, como la Venus de Botticelli, pero abierta de piernas; rica, como la Maja Desnuda, pero más desnuda; más fácil que de costumbre, entregada y suya sin límites; Don Cayetano se vuelve todo dedos, ojos, versos capaz de sonrojar a una puta, lengua, tentáculos –si hubiera que describirlo en una palabra- hay veces Don Cayetano se levanta de nuestro lecho de brazas y su imagen a contraluz es como la de una estatua de Príapo y en los breves momentos que recobro la cordura ver su verga así da un poco de miedo, pero la perra que hay en mí es más fuerte que yo –facultad que sólo poseemos las Endemoniadas- y yo al final lo recibo contenta…más que contenta…

Al final no sé si el don es de Don Cayetano o mío… será que los demonios de las endemoniadas son contagiosos?


-Sierva María de Todos los Ángeles, la Niña Endemoniada-

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